domingo, 23 de abril de 2017

Billete de vuelta

Tu alma ya no sale en mis fotos, le dijo ella mientras apartaba la cámara de su rostro. Lo había advertido durante los últimos meses: sus ojos no brillaban y delataban un aire melancólico. Ella fue consciente antes de que su cámara lo reflejara inequívocamente. Había pasado suficiente tiempo a su lado como para advertir su progresivo cambio de aspecto. No sabía cómo decírselo sin que imaginara intenciones ocultas y aquella mañana encontró la actitud que tanto había buscado. Ya no quería volver a encuadrar su triste silueta.

Cuando escuchó la definitiva sentencia salir de sus labios, él no se sorprendió. Aunque la había hundido en lo más profundo de su ser, sabía que la nostalgia acabaría saliendo un día a la superficie. Durante semanas ambos habían actuado con intencionada negligencia, eludiendo lo que sabían, pero ahora que ella había expresado su preocupación, se preguntaba cuál sería el próximo paso. ¿Sería capaz de volver a hablarle como en los primeros días, llenos de ilusión y de esperanza, como si nada hubiera pasado? ¿Podía hacer algo para evitar el fin de tantos años de mutua confianza? Él sabía que la chispa de la vida se había apagado en sus ojos y ella no podía volver a encenderla. Sus caminos se separaban en aquel preciso instante y sólo les quedaba encontrar la mejor forma de despedirse.

Habían pasado veinte años desde que él llegó a aquel país ajeno. Cegado por la euforia del cambio, vivía inmerso en una novela de aventuras, donde cada día ponía a prueba sus reflejos y su instinto de supervivencia. En esos primeros momentos la conoció. Ella le ayudó a adaptarse, fue testigo de su intachable integración y le acompañó durante el resto del viaje. Con el tiempo la calma se instaló en su vida y la necesidad de regresar a su lugar de origen fue disimulándose bajo espesas capas de estabilidad. Los años pasaron y la nostalgia, que durante tanto tiempo supo mantener a raya, acabó convirtiéndose en una sensación insoportable. Cada objeto, olor, sabor o gesto le recordaba a la tierra en que nació, ésa que empezaba a olvidar y de la que creía alejarse por momentos. El más mínimo detalle rescataba de su memoria un agradable recuerdo, pero el carácter inalcanzable de esas borrosas imágenes le sumía en una profunda y permanente tristeza. Ya no le bastaba con volver regularmente durante sus vacaciones y apenas lograba calmar una añoranza que parecía comerle por dentro.

Y ella, que en tantas ocasiones le había ayudado, no podía hacer nada para consolarle. Ni siquiera era real. Era tan sólo la protagonista de su libro favorito, que había descubierto en aquel país y que tantas veces había leído. Por eso conocía cada aspecto de su personalidad y les unía una íntima relación. Gracias a reiteradas lecturas, había superado los momentos más difíciles de su estancia en el extranjero. Había aprendido qué era la vida antes de vivirla y había entendido las causas de las dificultades encontradas en su camino. Entre esas páginas se sentía seguro y volvía a ellas para recuperar el aliento que le permitía seguir adelante. Tras la cuarta lectura surgieron los diálogos imaginarios. Él preguntaba y ella contestaba, aunque a veces ella tomaba la iniciativa y le cuestionaba sobre las razones que motivaban sus actos, como en aquella ocasión.


La decisión ya estaba tomada y la reacción de ella confirmaba su carácter irrevocable. Él utilizó la tarjeta de embarque como marcapáginas antes de cerrar el libro y levantarse de su asiento. Una vez en pie, se dio cuenta de que sus piernas temblaban, así que avanzó para evitar que el desagradable reflejo fuera visible. Cuando llegó hasta la azafata, cogió su pasaporte y sacó la tarjeta del libro. Ya no sabría dónde acabó su última lectura, pero poco le importaba. Ella le seguirá acompañando, siempre fiel, respetando su decisión, dispuesta a ayudarle si él se lo pide. Asumir las consecuencias de aquel nuevo paso resultará más fácil con ella a su lado. En su mano derecha blandía el billete de vuelta a su país natal. Sabía que, veinte años después, era imposible recobrar lo que había dejado atrás. Sabía que la nostalgia nunca le abandonará, pues, una vez en su destino, añorará la vida llevada en el extranjero. Aun así, entró en aquel avión. Esperaba cicatrizar una vieja y profunda herida, incluso si ello implicaba abrir una nueva. Esperaba que no fuera demasiado tarde para recuperar el brillo de sus ojos.

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