Cuando se camina en el filo de la navaja, cualquier nuevo
paso puede ser el último, se preguntaba mientras, desde las alturas, observaba
el vacío bajo sus pies. Su vida, el equilibro entre lo que los demás esperaban
de él y lo que realmente quería, o podía hacer, pendía de un hilo. Su estado de
ánimo cambiaba con facilidad de la euforia a la duda, a esa extraña sensación
de estar perdiendo el tiempo o de encontrarse en el sitio equivocado. Últimamente
había deambulado demasiado por ese lugar donde todo pierde su sentido y había
fantaseado con una opción de la que nunca se había visto tan cerca.
Dos años después de su llegada a un país extranjero, el
balance no era nada positivo. Partió lleno de ilusión, motivado por el ejemplo
de muchos amigos, en busca de trabajo y aventuras. Nunca contempló el fracaso como
una posibilidad y la realidad se reveló más dura de lo previsto. Sin el
suficiente conocimiento de la lengua local, no fue capaz de encontrar un empleo
a la altura de sus estudios. A pesar de haber invertido sus ahorros en un curso
intensivo de ese idioma, en las entrevistas seguía enmarañándose con la gramática
y vergonzantes silencios sustituían a las palabras que todavía no conocía. Sólo
había conseguido trabajar en un restaurante de comida rápida, donde ganaba un
irrisorio sueldo que apenas le servía para pagar el alquiler. Con cada vez
menos dinero en los bolsillos, se vio obligado a dejar el piso que compartía
para ocupar la habitación que un jubilado ofrecía a cambio de ayuda y compañía.
Pensaba volver a su país con la maleta llena de
experiencias, éxito y dinero, pero ni siquiera podía permitirse comprar un
billete de avión. Y aunque pudiera hacerlo, ¿qué excusa pondría a una familia
que le veía como un ejemplo a seguir? Resultaba fácil mentir por teléfono o a
través de una pantalla, durante unos escasos minutos, una vez por semana. El triste
tono de su voz cambiaba entonces para reflejar una confianza que nunca había
tenido en sí mismo. En sus labios, el sueño por el que había dejado su casa se
hacía realidad. Les hablaba de sus progresos en una empresa que le ofrecía todo
lo que en su país no había encontrado y no le dejaba tiempo para ir a
visitarles tanto como le gustaría. Incluso les decía que vivía con una
estupenda chica que le había ayudado a dominar la lengua local. Ella era lo único
real en aquella historia, así como la responsable de parte de su desgracia. Se
vio atraída por la osadía y el singular acento de aquel ambicioso español que
buscaba nuevas sensaciones. Desde una posición de superioridad que nunca
abandonó, supo manejarle a su antojo. Y cuando la rutina diluyó la pasión e
hizo desparecer el interés por aquel joven, no dudó en dejarle.
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