domingo, 18 de junio de 2017

La caída

Cuando se camina en el filo de la navaja, cualquier nuevo paso puede ser el último, se preguntaba mientras, desde las alturas, observaba el vacío bajo sus pies. Su vida, el equilibro entre lo que los demás esperaban de él y lo que realmente quería, o podía hacer, pendía de un hilo. Su estado de ánimo cambiaba con facilidad de la euforia a la duda, a esa extraña sensación de estar perdiendo el tiempo o de encontrarse en el sitio equivocado. Últimamente había deambulado demasiado por ese lugar donde todo pierde su sentido y había fantaseado con una opción de la que nunca se había visto tan cerca.

Dos años después de su llegada a un país extranjero, el balance no era nada positivo. Partió lleno de ilusión, motivado por el ejemplo de muchos amigos, en busca de trabajo y aventuras. Nunca contempló el fracaso como una posibilidad y la realidad se reveló más dura de lo previsto. Sin el suficiente conocimiento de la lengua local, no fue capaz de encontrar un empleo a la altura de sus estudios. A pesar de haber invertido sus ahorros en un curso intensivo de ese idioma, en las entrevistas seguía enmarañándose con la gramática y vergonzantes silencios sustituían a las palabras que todavía no conocía. Sólo había conseguido trabajar en un restaurante de comida rápida, donde ganaba un irrisorio sueldo que apenas le servía para pagar el alquiler. Con cada vez menos dinero en los bolsillos, se vio obligado a dejar el piso que compartía para ocupar la habitación que un jubilado ofrecía a cambio de ayuda y compañía.

Pensaba volver a su país con la maleta llena de experiencias, éxito y dinero, pero ni siquiera podía permitirse comprar un billete de avión. Y aunque pudiera hacerlo, ¿qué excusa pondría a una familia que le veía como un ejemplo a seguir? Resultaba fácil mentir por teléfono o a través de una pantalla, durante unos escasos minutos, una vez por semana. El triste tono de su voz cambiaba entonces para reflejar una confianza que nunca había tenido en sí mismo. En sus labios, el sueño por el que había dejado su casa se hacía realidad. Les hablaba de sus progresos en una empresa que le ofrecía todo lo que en su país no había encontrado y no le dejaba tiempo para ir a visitarles tanto como le gustaría. Incluso les decía que vivía con una estupenda chica que le había ayudado a dominar la lengua local. Ella era lo único real en aquella historia, así como la responsable de parte de su desgracia. Se vio atraída por la osadía y el singular acento de aquel ambicioso español que buscaba nuevas sensaciones. Desde una posición de superioridad que nunca abandonó, supo manejarle a su antojo. Y cuando la rutina diluyó la pasión e hizo desparecer el interés por aquel joven, no dudó en dejarle.

Cuando examinó el suelo, antes de dar el último paso, buscó su rostro con avidez. Reencontrarla era su última esperanza, pero aquella ilusión era tan irreal como la historia que cada semana contaba a su familia. Ya no podía volver atrás, así que flexionó sus piernas, tomó impulso y saltó al vacío, como la primera vez en que cambió la seguridad de su tierra natal por la incertidumbre de un futuro confuso. Sintió cómo el viento envolvía cada parte de su cuerpo desnudo y frenaba su caída. Extendió sus brazos hacia delante para proteger su cabeza y cerró los ojos justo antes del impacto. Oscuridad. Frío y humedad. Silencio. Una desconocida sensación sacudió todo su ser, mientras se hundía en las tinieblas a gran velocidad. Se detuvo, ingrávido, y abrió los ojos. Se dio la vuelta para ver el mundo desde lejos, deformado por miles de litros de agua. Y allí, tal vez seducido por su carácter inalcanzable, recuperó el interés por el lugar hostil del que quería escapar. Con el aturdimiento de quien lo ha perdido todo, empezó a nadar hacia la superficie. Ya no quedaba aire en sus pulmones y la distancia parecía insalvable, pero movió sus extremidades tanto como pudo, convencido de que, a pesar del tiempo perdido, nunca es demasiado tarde para seguir luchando.

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