Tu
alma ya no sale en mis fotos, le dijo ella mientras apartaba la
cámara de su rostro. Lo había advertido durante los últimos meses:
sus ojos no brillaban y delataban un aire melancólico. Ella fue
consciente antes de que su cámara lo reflejara inequívocamente.
Había pasado suficiente tiempo a su lado como para advertir su
progresivo cambio de aspecto. No sabía cómo decírselo sin que
imaginara intenciones ocultas y aquella mañana encontró la actitud
que tanto había buscado. Ya no quería volver a encuadrar su triste
silueta.
Cuando
escuchó la definitiva sentencia salir de sus labios, él no se
sorprendió. Aunque la había hundido en lo más profundo de su ser,
sabía que la nostalgia acabaría saliendo un día a la superficie.
Durante semanas ambos habían actuado con intencionada negligencia,
eludiendo lo que sabían, pero ahora que ella había expresado su
preocupación, se preguntaba cuál sería el próximo paso. ¿Sería
capaz de volver a hablarle como en los primeros días, llenos de
ilusión y de esperanza, como si nada hubiera pasado? ¿Podía hacer
algo para evitar el fin de tantos años de mutua confianza? Él sabía
que la chispa de la vida se había apagado en sus ojos y ella no
podía volver a encenderla. Sus caminos se separaban en aquel preciso
instante y sólo les quedaba encontrar la mejor forma de despedirse.
Habían
pasado veinte años desde que él llegó a aquel país ajeno. Cegado
por la euforia del cambio, vivía inmerso en una novela de aventuras,
donde cada día ponía a prueba sus reflejos y su instinto de
supervivencia. En esos primeros momentos la conoció. Ella le ayudó
a adaptarse, fue testigo de su intachable integración y le acompañó
durante el resto del viaje. Con el tiempo la calma se instaló en su
vida y la necesidad de regresar a su lugar de origen fue
disimulándose bajo espesas capas de estabilidad. Los años pasaron y
la nostalgia, que durante tanto tiempo supo mantener a raya, acabó
convirtiéndose en una sensación insoportable. Cada objeto, olor,
sabor o gesto le recordaba a la tierra en que nació, ésa que
empezaba a olvidar y de la que creía alejarse por momentos. El más
mínimo detalle rescataba de su memoria un agradable recuerdo, pero
el carácter inalcanzable de esas borrosas imágenes le sumía en una
profunda y permanente tristeza. Ya no le bastaba con volver
regularmente durante sus vacaciones y apenas lograba calmar una
añoranza que parecía comerle por dentro.
Y
ella, que en tantas ocasiones le había ayudado, no podía hacer nada
para consolarle. Ni siquiera era real. Era tan sólo la protagonista
de su libro favorito, que había descubierto en aquel país y que
tantas veces había leído. Por eso conocía cada aspecto de su
personalidad y les unía una íntima relación. Gracias a reiteradas
lecturas, había superado los momentos más difíciles de su estancia
en el extranjero. Había aprendido qué era la vida antes de vivirla
y había entendido las causas de las dificultades encontradas en su
camino. Entre esas páginas se sentía seguro y volvía a ellas para
recuperar el aliento que le permitía seguir adelante. Tras la cuarta
lectura surgieron los diálogos imaginarios. Él preguntaba y ella
contestaba, aunque a veces ella tomaba la iniciativa y le cuestionaba
sobre las razones que motivaban sus actos, como en aquella ocasión.
La
decisión ya estaba tomada y la reacción de ella confirmaba su
carácter irrevocable. Él utilizó la tarjeta de embarque como
marcapáginas antes de cerrar el libro y levantarse de su asiento.
Una vez en pie, se dio cuenta de que sus piernas temblaban, así que
avanzó para evitar que el desagradable reflejo fuera visible. Cuando
llegó hasta la azafata, cogió su pasaporte y sacó la tarjeta del
libro. Ya no sabría dónde acabó su última lectura, pero poco le
importaba. Ella le seguirá acompañando, siempre fiel, respetando su
decisión, dispuesta a ayudarle si él se lo pide. Asumir las
consecuencias de aquel nuevo paso resultará más fácil con ella a
su lado. En su mano derecha blandía el billete de vuelta a su país
natal. Sabía que, veinte años después, era imposible recobrar lo
que había dejado atrás. Sabía que la nostalgia nunca le
abandonará, pues, una vez en su destino, añorará la vida llevada
en el extranjero. Aun así, entró en aquel avión. Esperaba
cicatrizar una vieja y profunda herida, incluso si ello implicaba
abrir una nueva. Esperaba que no fuera demasiado tarde para recuperar
el brillo de sus ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario